VARÓN PARA QUERERTE

   Al frente de su tiendita playera, Atanasio desborda simpatía con las damas que escogen un vestido de baño o un bronceador. Luego, frente a sus amigos presume de las aventuras que, a sus 55 años, “inevitablemente” tiene, por cuenta de una virilidad desconcertante hasta para sí mismo. Pero, apenas cierra el negocio, se desvela su autoestima abolida por la mujer con la que se casó hace dos décadas: Lucrecia, la verdadera dueña del establecimiento, un ser malvado y lúgubre, que no pierde ocasión de echarle en cara su condición de mantenido. Atanasio la escucha y se pregunta: “¿por qué no me he ido con una mujer de verdad, y a vivir una vida de verdad?” Y muy pronto concluye: no se ha ido porque no tiene un ladrillo en que sentarse. Así que sus días comienzan con el tipo ocurrente y expansivo de la tienda, y terminan con el viejo triste, sometido por la esposa, y encarcelado en su propia desidia. En ese vaivén lo sorprende una revelación. Se llama Paloma, una muchacha de 25, que se desbarata de lo buena que está, y que se ha hecho su amiguita. Hasta que la simpatía se trueca en abierto lirismo y ella se le entrega con urgencia. Con el ánimo que le inspira una oferta de amor tan poderosa, Atanasio se divorcia, justo cuando comienza a notar ciertos giros extraños en la conducta de Paloma. Pero igual, el romance es de ensueño. Atanasio le propone matrimonio. La joven enmudece largamente, y luego le pregunta si acepta seguir adelante, aun cuando ella “haya hecho cualquier cosa”. Y Atanasio por supuesto lo acepta todo, sin preguntas y sin condiciones. La luna de miel es brutal. Y de no ser por Lucrecia, a quien le da por averiguarle la vida a Paloma, todo habría marchado hacia una dicha sin tropiezos. Lucrecia le cuenta a Atanasio que hubo un tal Rómulo, que murió, y hay elementos para pensar que fue la muchacha quien le quitó la vida. La chica reconoce que sí mató a un hombre, que se llamaba Rómulo. Y con inesperada sinceridad, le revela que Rómulo era ella misma, hasta que se hizo una cirugía de reasignación sexual, que la convirtió en esta mujer feliz que ahora es su esposa. Atanasio se sentirá víctima de un oprobio desmedido cuando, incrédulo, le pregunte si lo que quiere decir es que ella antes tenía entre las piernas un órgano como el de él, y ella, compasiva, puntualice: “de hecho, más grande”.

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