TU FELICIDAD ME PERTENECE

    Desde un rincón apartado en el jardín, Carlota ve desenvolverse la fiesta familiar por el compromiso de su hermana Marifé, y trata de entender: ella no es mala, el problema es que Marifé es perfecta. Y bella, ofensivamente bella. Carlota recuerda que el único novio que ha tenido fue Raúl, con quien perdió la virginidad para no verlo más, y Fernando, que la espantó al confesarle que se dedicaba al sicariato. Marifé la hace aterrizar con un abrazo: no se veían desde que Carlota se fue a trabajar a otra ciudad. Y le confiesa en secreto que en realidad la embarazó un muchacho de buena familia, y por eso habrá boda a las volandas. Entonces Marifé le presenta a su prometido y el golpe es letal. Es el mismo Raúl que la desfloró. En un descuido de Marifé, Raúl le platica a Carlota: lo de ellos sólo fue una aventura, él luego conoció a Marifé, se enamoraron, no sabía que era su hermana, “esas cosas pasan”. Pero Carlota es más directa: “me poseíste como a una prostituta, y luego te prendaste de la chica inteligente y dulce”, y agrega con dolida sorna: “esas cosas pasan”. El día de la boda, mientras la novia se viste, Carlota le está pidiendo un favorcito a Fernando. “¿A quién tengo que matar?”, pregunta el sicario. Ella no quiere matar a nadie, sólo desea que ocurra algo horrible que sabotee la boda. Y le explica su resentimiento: la hermana sortaria, el novio rico que debió ser su novio. Fernando, por toda respuesta, saca un arma y la pone al tanto de que está secuestrada. Frente al fogón de la covacha a donde la lleva, le exige comunicarse con su familia, para que acudan al novio rico de la hermana, y éste pague por su rescate. Y luego sale a buscar las tijeras de jardinero con las que piensa amputarle el dedo que enviará como prueba de su cautiverio. En su aturdimiento, Carlota se tumba con la silla a la que la amarraron. Sólo que cae sobre el fogón y esto origina un incendio pavoroso. Minutos más tarde, Carlota, milagrosamente a salvo, no le quiere explicar a los bomberos quién la maniató ni por qué. Poco después llega la policía y preguntan por la joven. Pero Carlota ya está en la iglesia, abrazando a su hermana y deseándole la mejor de las suertes. Aunque en sus ojos sigue ardiendo la involuntaria necesidad de aniquilarle la sonrisa.

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