SIMÓN DÍAZ Y YO

    Conocí a Simón Díaz hace mucho tiempo, en mi infancia, porque él era tío de mis grandes amigos William y Rubén Avellaneda Díaz. Eso no lo recordó él (no tenía por qué) cuando, siendo yo escritor del canal de televisión RCTV, me lo encontré en la esquina de un estudio, sentado en una butaquita, esperando seguramente su turno para grabar quién sabe qué. Me llamó la atención que estuviera allí, por supuesto, por voluntad propia, en vez de en la dignidad de un camerino o una sala VIP. También me sorprendió que se estuviera comiendo un mango, así, con las manos, de lo más cotidiano. Al verlo no se me ocurrió más que una pregunta anodina: “¿Y entonces? ¿Comiéndose un manguito?", dije yo, a lo que él sólo respondió: “¡Sabroso!". Simón tampoco recordó en ese momento (y no tenía por qué) otro encuentro que tuve con él, años atrás, cuando yo era redactor creativo de una agencia de publicidad, y, tras terminar la filmación de un comercial, falló la logística y no había quien lo llevara a su casa. Tímidamente yo me propuse para llevarlo, y así ocurrió. Sólo que mi carro era un Corsa en avanzado estado de descomposición, y yo, para curarme en salud, le dije: “Caramba, señor Simón, me da mucha pena que usted se monte en este pedazo de carro”. Y su respuesta fue una humorada lapidaria: "A mí también". Nunca le hice mención de nuestros anteriores encuentros (tampoco tenía por qué), apenas guardé respetuoso silencio y suspiré, de camino a la sala de escritores del canal 2, feliz de haberme topado tres veces con una de las expresiones más hermosas de la historia de Venezuela.

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