NO VOY A PEDIRLE A NADIE QUE ME CREA

   Este film, que en realidad debió llamarse "No voy a pedirle a nadie que me entienda", está disponible en Netflix y es de la autoría del director mexicano Fernando Frías. Ni en lo personal ni en lo profesional tengo nada en contra de ese señor. Mi queja está dirigida más bien al cuento críptico, a la fabulación impenetrable en la que la industria audiovisual invierte un dinero que debería más bien favorecer a los storytellers cuya intención es amigable con el público al que intentan seducir. Con la excepción del estupendo trabajo del elenco (destaca el siempre solvente Alexis Ayala), esta pieza propone una mixtura de drama, comedia y thriller, en la que ninguno de los tres elementos queda para el disfrute del espectador, por causa de una narrativa delirante y con acentos intelectualistas completamente prescindibles. El autor se empeña en esconder la historia que nos cuenta, probablemente con la intención de que sea el espectador quien se enfrasque en la dispendiosa maniobra de darle sentido a la discontinuidad de planos narrativos, en medio de lo cual el protagonista queda envuelto en una conjura que ni él ni nadie más comprende, hasta el momento (ya hacia el final del relato) en que otros personajes explican, sin mucho éxito, qué es lo que ha venido pasando. Es cierto que ha existido un cine surrealista o que busca en última instancia separarse de lo predecible. Sin embargo, es bueno tener en cuenta que lo que uno normalmente busca en una pantalla es el resultado de un acto comunicativo que te conmueva, que te estremezca. Y aquí lo que vemos es un compendio inextricable de los elementos que definen la expresión fílmica de la actualidad (lo políticamente incorrecto, la temática insurgente), pero sin el favor necesario de la más silvestre coherencia. Porque lo peor no es que no hayamos entendido nada al final de la película, sino que, al cabo, tampoco nos importe.

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