LA RIDICULEZ DE LA “RESISTENCIA INDÍGENA”

    Es claro como el agua que la izquierda latinoamericana apela a la estulticia y al resentimiento para hacerse popular y reclutar incautos. Y eso lo constatamos cada año, cada 12 de octubre, al escuchar el invariable mensaje de los gobiernos populistas de nuestro continente: nosotros éramos felices hasta que vinieron los pérfidos españoles a sabotearnos la dicha y a sojuzgarnos. Si esa inquina bobalicona tuviera sentido, entonces la civilización del hierro debió pedirle perdón a la del bronce, y ésta a la de piedra; los mexicas deberían avergonzarse frente a los más de 360 pueblos a los que sometieron; los incas disculparse con los huancas, tarmas o cajamarcas, de cuyos territorios se apoderaron a sangre y a cuchillo, y el Imperio Romano, por supuesto, no debería recordarse por el inmenso legado cultural del que hoy disfrutamos en Occidente, sino que debería mirarse como un asunto deplorable que acabó con la alegría de los celtas, de los iberos o de los germanos. Ubiquémonos, por favor: en esto que hoy llamamos América se hablaban no menos de 500 lenguas y existían (en un caos horripilante) tropecientas maneras rudimentarias de concebir el mundo, hasta que los españoles nos unificaron con esta hermosa lengua con la que ahora nos estamos comunicando, y nos trajeron los conocimientos de toda índole que nos liberaron de seguir viviendo en la prehistoria. Si Colón no hubiera llegado a estas tierras, hoy no tendríamos ni a García Márquez, ni a Borges, ni a Neruda ni al Barroco Americano. De hecho, y para decirlo más coloquial y cotidianamente, de no ser por el Imperio Español, ahora no tendríamos esta inmensa y continua franja de tierra, desde Argentina hasta México, en donde, cada diciembre, cantamos "El burrito sabanero". Dejen entonces, señores, sus mentiras podridas, y pónganse a generar trabajo, cultura y crecimiento, que es lo que en definitiva necesitamos para ser mejores y vivir mejor.