EN BLANCO Y NEGRO
Removiendo un capuchino en la cafetería del British Hospital, y con sus ojos azules anegados de inquina, Patty Taylor no entiende cómo llegó a esta situación. A Rebeca Vaisberg, unigénita de una prominente fortuna judía, la preparan para hacerle cesárea. La propia Patty tuvo que traerla, porque su hijo Donald no atendió una sola de sus diez llamadas. Los padres de Rebeca ahora van de camino al hospital, agobiados por la afrenta que les infligió el mozo irreverente. Hace ocho meses, con pleno conocimiento de la preñez de Rebeca, Donald rompió el noviazgo para embarazar y casarse con Matilde López, mulata y caribeña, y ahora Rebeca está pariendo sola, mientras el autor del desaguisado dice ser feliz con una jornalera. Cuando Donald se aparece, Patty cree que viene a dar la cara por el hijo de Rebeca. Se equivoca. Vino porque su esposa Matilde también está por dar a luz y él quiere que lo haga en el mejor hospital de la ciudad. Minutos más tarde, Patty tiene la quijada en el subsuelo: Rebeca, que es rubia platinada, acaba de alumbrar a un niño negro. Caminando aturdida por el pasillo, Patty tropieza con una enfermera que lleva a otro recién nacido. Y está a punto de disculparse, al advertir en la muñeca del bebé el nombre de la madre: “Matilde Taylor”. El hecho irrebatible de que el hijo de una negra sea su nieto, la enardece. Pero lo que la desgarra a morir es que el niño es blanco como un lirio. Frente al retén de neonatos, Patty piensa: “un blanco y una negra pueden tener un hijo blanco…o uno negro…Pero a la que le viene bien el negro es a Matilde”. Y, zambullida ya en su determinación, concluye: “a Rebeca, a pesar de su mal gusto al acostarse con quién sabe qué percusionista o estibador, el niño que le corresponde ha de ser blanco”. Un par de horas después, cuando despiertan, a Rebeca le entregan un bebé caucásico, y a Matilde un afrodescendiente. Donald se ve radiante con su carbonerito en brazos, y los padres de Rebeca ya empiezan a descubrir en el rubito la dignidad de los rasgos de los Vaisberg. Todos parecen contentos. Menos Matilde y Rebeca, que lucen inexplicablemente desoladas. “Depresión post-parto”, explican los doctores. Entretanto, en la cafetería, Patty pide otro capuchino, y respira hondo. “Cada oveja con su pareja”, piensa, y en sus ojos azules brilla el alivio de un deber cumplido.
Comentarios
Publicar un comentario