EL PRIMER LLANTO DE CHUCHÚ

    En tanto tiempo como llevaba Juanita trabajando de comadrona, jamás había visto un bebé que no llorara con la nalgada inicial. Pues a éste tampoco lo vio llorar cuando la fiebre del sarampión lo escaldaba, ni cuando se fracturó un brazo al chocar su bicicleta…y ni siquiera cuando -contando apenas 7 años- murieron prematuramente sus padres y ella debió hacerse cargo de él. Así empezó la leyenda de Chuchú, el que no lloraba. Parecía un ser acorazado contra las penas de la vida, y eso lo interpretó ella como una señal de que había nacido para algo importante. “Ése va a ser doctor”, le repetía con anticipada inmodestia a todo el que le hablara del muchacho. De modo que, confiando en su presagio, Juanita entregó mucho más de lo que tenía para que ocurriera el milagro de un médico emergido de la pobreza extrema. Chuchú se recibió como cirujano y además mereció becas que lo llevaron al extranjero a especializarse. Cuando regresó, lo primero que hizo fue instalar un consultorio en el mismo barrio de su crianza. “Consultorio médico doña Juanita”: esa era su sorpresa para ella. Juanita, aquejada de vejez y de inopia, sí lloró cuando supo que él había vuelto y le había puesto su nombre a una clínica para la gente humilde que compartió su infancia. Fue un llanto largo, sostenido, como el que se puede derramar por cuenta de una dicha inverosímil. Un llanto que muy pronto tomó la forma del dolor agudo que ya le estaba impidiendo respirar. Ella, igual, se fue hasta allá. Chuchú estaba adentro, atendiendo la salud de alguien menos entrañable, cuando Juanita, sin formalidades, puso la mano en el pomo para abrir la puerta. Pero la recepcionista fue un muro irreductible. “No puede pasar, el doctor está con un paciente, y cuando termine, ya le informaré que usted lo solicita”, le dijo con dura corrección, mientras la sugería sentarse después del último en espera. Ella aguantó algunos segundos. Al cabo, salió Chuchú, y no necesitó la información de nadie para volar a los brazos de su vieja. Ella, mientras lo abrazaba profundo, miró a la secretaria: “no te mando a echar de vaina”, le advirtió mientras el aliento se le llenaba de piedras. Tres minutos después, sin que él pudiera hacer ya nada, se durmió en sus brazos, satisfecha, feliz, con más felicidad de la que cabía en su corazón. Dicen que así ocurrió el primer llanto en la vida de Chuchú.

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